Capítulo veintitrés

—¡Noah! — exclamó, al ver a su hijo sentado en el taburete.

Neta-lee estaba recuperando el equilibrio, sosteniéndose a la puerta, cuando Demien se arrojó sobre su hijo y lo abrazó con fuerza. Incluso ella se quedó paralizado al ver la desesperación de ese abrazo, que vagamente le recordó al que ella le había dado. Pero el gesto de dolor compungido de ojos cerrados de Demien sobre el hombro de su hijo, fue lo que más le había pasmado. Nunca había visto esa clase de desolación en el estoico rostro de ese hombre. Siempre era arisco, huraño, frío…

—¿Estás bien? ¿Te hizo algo? — preguntó Demien, alejándose para mirarlo el rostro, aún acuclillado frente al pequeño.

Neta-lee observó los ojos ensanchados y desconcertados de Noah, quién miraba a su padre en silencio. También se fijó en lo tenso que se encontraba y el desarreglado aspecto de su ex jefe; su cabello rubio salpicado en canas siempre bien peinado ahora estaba alborotado, como si se hubiera pasado los dedos incontables veces por e
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