Capítulo veinticinco
Neta-lee se apartó de Demien, mirándole descolocada. También algo atemorizada. Abrió la boca y la volvió a cerrar, repitió ese ejercicio un par de veces. Miró la impenetrable careta de Demien, que esperaba paciente su respuesta. Pero ella no tenía palabras. Ante él sólo había quedado una mujer muda cuyos pulmones quemaban exigiendo precioso aire.

—¿Y bien?

—¡Santo cielo! — se dobló hacia adelante, con los brazos cruzados contra el estómago, mientras jadeaba algunas bocanadas de oxígeno.

Se sintió mareada. Repentinamente desolada y mientras intentaba concentrarse en no desmayarse, un recuerdo escondido en el recóndito lugar de su memoria salió a relucir. Era ella, seis años antes, con el hombre a quién le había entregado el corazón y que le pedía matrimonio con palabras similares.

«Cásate conmigo. Es lo correcto. Cásate conmigo, Neta-lee»

El conocido pánico arañó sus entrañas y escoció sus heridas.

«Cásate conmigo. Es lo correcto. Cásate conmigo, Neta-lee»

Cerró los ojos, int
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