Mundo ficciónIniciar sesiónLisa
No tenía intenciones de salir esa noche. Después de todo lo que había pasado, lo único que quería era encerrarme en mi cuarto y no hablar con nadie. Pero Stephanie nunca aceptaba un “no” como respuesta. —Vamos, Lisa, te va a hacer bien distraerte un poco —insistió, cruzada de brazos frente a mi cama—. Prometo que no va a ser nada raro, solo gente, música y algo de comida. —No tengo ganas, Steph —repetí por cuarta vez. —Justamente por eso. Si te quedás acá, vas a seguir pensando en lo que no deberías. Su mirada era demasiado directa, y aunque no lo dijera, sabía a qué se refería. Desde el beso con Cristian, no había pasado un solo día sin que mi cabeza lo repitiera. No quería admitirlo, pero ese recuerdo se había quedado pegado a mi piel. —Es en la casa de un chico que estoy conociendo —agregó, en tono casual, mientras revolvía mi armario—. No seas aguafiestas. —¿Un chico? —arqueé una ceja. —Sí, Tyler —respondió sonriendo, con ese brillo que usaba cuando hablaba de alguien que le gustaba—. Es un encanto. Vas a ver. No tuve fuerzas para negarme más. Me cambié sin mucho ánimo, me puse un vestido negro sencillo, unas botas, y salimos. Durante el camino, Stephanie no dejó de hablar de Tyler: que era divertido, atento, que la hacía reír, que la miraba de una forma “bonita”, como ella decía. Me alegraba verla así, aunque en el fondo temía que terminara decepcionada, como otras veces. La casa apareció frente a nosotras después de unos quince minutos. Y no era una casa: era una mansión. Tenía luces en los balcones, música saliendo desde los ventanales, autos estacionados en fila y gente entrando y saliendo como si fuera un evento enorme. —¿Esto es una fiesta o un casamiento? —murmuré. Stephanie rió, sujetándome del brazo. —Tranquila, Lisa. Solo vamos a divertirnos un rato. Apenas entramos, el ruido me golpeó. Risas, música, copas, el perfume de demasiadas personas en un mismo lugar. Los techos eran altos, las escaleras de mármol, y las luces se movían al ritmo de la música. No conocía a nadie. Me sentí pequeña en medio de tanto lujo. —Ahí está —dijo Stephanie, sonriendo mientras hacía un gesto hacia el fondo del salón. El chico que se acercó tenía el cabello oscuro, los ojos claros y una sonrisa confiada. —Lisa, te presento a Tyler —anunció Stephanie. —Un gusto —respondí con cortesía. Tyler me devolvió una sonrisa que parecía calculada, aunque no desagradable. —Así que tú eres la famosa Lisa de la que Steph tanto habla. Reí con nerviosismo. —No creo ser tan famosa. —Créeme, lo eres —respondió él, con un tono que no supe si me gustó o me incomodó. La conversación duró unos minutos más, hasta que alguien se acercó a hablar con Tyler. Él nos pidió que lo esperáramos, y se fue con Steph hacia una esquina de la casa. Supuse que se trataba de uno de sus amigos. —Ya vuelvo, ¿sí? —dijo Stephanie, girando hacia mí antes de desaparecer entre la multitud—. No te muevas de acá. —Sí, claro —respondí, aunque sabía que era inútil. Y ahí me quedé: sola, en medio de desconocidos. La música seguía sonando, el aire se llenaba de risas y copas que chocaban, y yo miraba el suelo, jugando con la pulsera de mi muñeca, sin saber qué hacer. Busqué con la mirada a Steph, pero no la encontré. Tal vez había subido con Tyler. Sentí el impulso de salir a tomar aire, pero justo cuando me di vuelta, choqué contra alguien. —Perdón —murmuré, girándome. Mi cuerpo se tensó de inmediato. Era él. Cristian. Estaba de pie frente a mí, impecable, con una camisa negra arremangada y esa expresión imposible de descifrar. La música siguió sonando, pero para mí todo se volvió silencio. Su mirada se clavó en la mía, y el corazón me dio un salto. —¿Qué… qué hace aquí? —pregunté, dando un paso atrás, incapaz de disimular mi sorpresa. —Podría hacerte la misma pregunta —respondió con calma, inclinando un poco la cabeza—. Aunque creo que sé la respuesta. —No vine por usted —aclaré rápido, demasiado rápido. Una sonrisa apenas visible se formó en sus labios. —Lo sé. No dijo más. No necesitaba hacerlo. La tensión se formó sola, invisible, pesada. Él me observaba con la misma intensidad de siempre, y aunque quise apartar la vista, no pude. Había algo en esa mirada que me retenía. Me crucé de brazos. —Debería irme —murmuré. —¿Por qué? —preguntó, dando un paso hacia mí. —Porque no tengo nada que hablar con usted. —¿Y si yo sí tengo algo que decirte? Mi pulso se aceleró. Lo miré, sin saber si debía responder o girar y marcharme. Pero él no esperó mi reacción. Se inclinó apenas, como si no quisiera que nadie más lo oyera. —Buenas noches, luna —susurró, y la palabra me atravesó como un eco familiar, antiguo. Lo miré, paralizada, intentando entender cómo era posible que siguiera llamándome así, que siguiera apareciendo justo cuando más quería olvidarlo. Antes de que pudiera decir algo, él ya se había alejado entre la multitud, dejándome con el corazón desbocado y la certeza de que nada en esa noche sería tan sencillo como una fiesta.






