El peso del secreto me aplastaba cada día más. Era como llevar una piedra enorme en el pecho que me impedía respirar con libertad. No podía contarle a Ethan lo que estaba pasando dentro de mí. No podía. No aún. Porque sabía que su mundo tambalearía y la relación que ya era un campo minado estallaría en mil pedazos.
Pero él ya sospechaba. Lo veía en sus ojos, en las preguntas sin hacer y en el modo en que me miraba de reojo. No era solo mi cuerpo el que estaba cambiando, era todo: mi actitud, mis nervios, mi estado de ánimo. Y él lo notaba.—¿Por qué estás tan rara? —me preguntó una noche, mientras nos sentábamos a cenar con la comida barata que alcanzaba para nosotros—. ¿Estás enojada conmigo? ¿Hice algo mal?Quise mentir, como siempre.—No, solo cansada —respondí, bajando la mirada.Su frustración crecía. Lo veía como una olla a punto de estallar.Y esa noche, como tantas otras, explotó.—¡Decime la verdad, Bianca! —gri