La mañana llegó con una serenidad inusual. El sonido del viento colándose por las rendijas de la ventana me acariciaba la piel como si fuera una promesa suave de todo lo que estaba por venir. Me sentía distinta. No era solo el peso de la barriga que ya marcaba mi paso al caminar ni las pataditas de Gael que cada vez eran más frecuentes y fuertes. Era algo en mí. Algo más profundo. Algo que ya no dependía de Ethan, ni de sus decisiones, ni de sus ausencias.
Me había acostumbrado al sonido del silencio. A estar sola sin sentirme sola. Al principio fue una tortura no tenerlo, no escuchar su voz ronca en la madrugada o su risa rota al intentar convencerme de quedarse un poco más. Pero con el tiempo, ese espacio se volvió mío. Y entonces entendí: podía amar a alguien sin destruirme en el proceso. Podía extrañarlo sin perderme.
Gael se movió dentro de mí y llevé la mano a mi vientre, sonriendo.
—Vamos, bebé… —susurré—. Ya falta poco.
Había algo mágico en el simple hecho de respirar. En desp