El sol entraba tímido por las ventanas del café, pintando de dorado las mesas y el aroma del café recién molido. Yo estaba detrás del mostrador, sirviendo un capuchino a un cliente habitual cuando sentí cómo una oleada de cansancio me invadía. Mi mano temblaba un poco y tuve que apoyarme para no caer. Mi embarazo era ya una presencia constante y silenciosa que moldeaba cada instante de mi vida.
Aquel trabajo en el café me había dado algo que hacía mucho no sentía: estabilidad. No era solo el dinero que ayudaba a cubrir los gastos, sino la sensación de que podía construir algo para mí y para Gael, el pequeño que crecía dentro de mí. Cada latido de su corazón me recordaba que debía ser fuerte, no solo por mí, sino por él.
Mis pensamientos a menudo se dirigían hacia Ethan. Después del accidente, él seguía en rehabilitación, luchando no solo contra las secuelas físicas, sino también contra sus demonios internos. Sus mensajes eran más constantes últimamente, llenos de agradecimiento y prom