Había algo en despertar y no sentir ese peso insoportable en el pecho que me hizo darme cuenta de lo mucho que había cambiado. La Bianca de hace meses parecía otra persona. No solo porque ya no estaba sola ni destruida, sino porque me había encontrado en el proceso. Era como si una capa invisible se hubiera caído, dejando al descubierto una mujer que por fin se reconocía.
Mi trabajo en el café se había convertido en un refugio inesperado. Los clientes habituales ya me saludaban por mi nombre, y yo respondía con una sonrisa genuina que brotaba desde lo más profundo. Las mañanas eran mis favoritas: el aroma del café recién molido, la música de fondo y la sensación de que, aunque agotada, estaba haciendo algo para construir un futuro.
Cada día me preparaba con esmero. No había lujos, pero sí intención: una blusa limpia, un peinado sencillo y el corazón dispuesto a dar lo mejor. En casa, había reorganizado el pequeño espacio que compartía con Gael. Una cuna al lado de mi cama, libros infa