Desperté con la luz del sol filtrándose por la cortina. No había sobresaltos, no había miedo, no había lágrimas. Solo el sonido del viento suave golpeando el vidrio y una paz que se sentía extraña… pero bienvenida. Me estiré lentamente, acariciando mi vientre que ya se marcaba con más claridad. Gael estaba creciendo, y con él, yo también.
Llevaba semanas repitiéndome cada mañana frente al espejo: “Eres suficiente. Eres fuerte. No necesitas que nadie te arrastre para demostrarlo.” Y hoy, por primera vez, esas palabras no eran solo un escudo… eran verdad.
Me puse de pie, abrí la ventana y dejé que el aire fresco me acariciara el rostro. El café donde trabajaba no abría hasta dentro de una hora, así que me regalé unos minutos para escribir en mi libreta. Había comenzado ese pequeño hábito días atrás. No eran poemas ni cartas. Solo pensamientos sueltos. A veces solo palabras. Luz. Esperanza. Ruido. Lucha. Silencio. Renacer. Era mi forma de no ahogarme en los días que aún dolían.
Tomé una