No es fácil poner en palabras lo que hay dentro de mí. No es fácil admitirlo ni siquiera para mí mismo. Pero Bianca merece saberlo, aunque duela.
Mi adicción no nació de la nada. No fue un capricho, ni una caída accidental. Fue la sombra de una vida que nunca tuve, la herida abierta de un pasado que me persigue cada noche.Cuando era niño, mi padre era un fantasma. Un hombre que aparecía sólo para gritar y desaparecer para siempre, dejando detrás un vacío lleno de miedo y silencio.Mi madre, agotada, me crió sola con un amor roto, con sueños que no alcanzaban para los dos.La droga fue, al principio, una promesa. Una forma de olvidar la soledad. De silenciar el ruido en mi cabeza.Pero no tardó en convertirse en una prisión.Recuerdo la primera vez que la probé. Fue en un callejón oscuro, con un grupo que yo creía que me aceptaba. Pensé que me hacía fuerte. Pensé que podía controlar el fuego.Pero el fuego me quemó más de lo