No me sorprende que la verdad siempre duela más cuando llega tarde. Y cuando tienes que cargarla como una condena.

Ethan llegó a casa con el rostro hundido, como si hubiera corrido una maratón que no quería ganar. Tenía en la mano un sobre blanco, del tipo que recibes en clínicas.

Lo dejó caer sobre la mesa con un ruido seco.

—Hice el test —dijo sin mirarme—. Es positivo. Giovanna está embarazada, sí... y el bebé es mío.

Mis piernas se sintieron de papel, incapaces de sostenerme. Cerré los ojos para que no me temblara la voz.

—Lo sabía.

—¿Desde cuándo?

—Desde que me enteré de que estaba vomitando sin razón. Desde que el miedo empezó a ahogarme en las noches.

—Y no me lo dijiste.

—No podía. No sabía cómo. Tenía miedo.

Ethan dejó caer su cuerpo contra la silla, hundiéndose en un silencio que parecía más un grito ahogado.

—Esto cambia todo —susurró—. No sé cómo hacer esto.

—Nadie lo s