El timbre del primer recreo sonó con un zumbido metálico y apagado. La lluvia de la noche anterior había dejado el patio húmedo, y los alumnos caminaban con cuidado, evitando los charcos dispersos. Lautaro estaba en un banco, solo, con los auriculares puestos pero sin música. Solo quería estar en su mundo un rato más.
Entonces, una voz conocida interrumpió ese silencio autoimpuesto. —¿Te puedo acompañar? Lautaro levantó la vista. Era Jenifer. Tenía el pelo suelto, algo alborotado por la humedad, y una expresión cálida que contrastaba con el gris del día. —Claro —dijo él, sacándose un auricular—. Siempre. Jenifer se sentó a su lado, estirando las piernas frente a ella. Permanecieron en silencio unos segundos. No era incómodo. Era de esos silencios que construyen más que destruyen. —¿Cómo te trata la casa de tu tía? —preguntó ella, mirando hacia el patio. —Mejor de lo que esperaba. Gabriela es tranquila, no se mete en mi vida, pero está si la necesito. Es raro, pero… se siente como libertad. —Me alegra. Se nota que estás más liviano. Antes andabas como con una piedra encima. Lautaro sonrió, medio avergonzado. —Tal vez sí. Allá en mi casa, nadie me escuchaba. Solo esperaban que siguiera el plan de siempre. Que sea como Tiago. Jenifer soltó una risa breve, irónica. —¿Y quién querría eso? Lautaro la miró. Ella también lo miraba, con una chispa en los ojos. —¿No te gusta Tiago? —No —dijo sin rodeos—. Es arrogante, se cree el centro de todo. Y encima, últimamente anda diciendo cosas feas sobre vos. Lautaro frunció el ceño. —¿Qué cosas? —Que te fuiste de casa porque sos débil. Que no aguantás las presiones. Que Gabriela te malcría. Hoy en el aula dijo que sos un "proyecto de víctima". El rostro de Lautaro se endureció, pero respiró hondo. —Siempre fue así. Le gusta sentirse superior. Que todos lo vean como el ejemplo. Pero nunca le importó lo que yo sentía. —Yo no le creo nada —dijo Jenifer con firmeza—. Desde que te defendiste ese día, entendí mucho de vos. Sos más valiente de lo que él se imagina. Lautaro bajó la mirada, luchando contra la emoción que le subía por la garganta. No estaba acostumbrado a que alguien creyera en él sin pedirle algo a cambio. —Gracias, Jenifer. En serio. Ella apoyó su hombro contra el de él, apenas. Fue un gesto mínimo, pero más fuerte que cualquier abrazo. --- Tiago los vio desde la distancia. Estaban sentados juntos, riendo. Su hermano y Jenifer. Esa imagen le hervía la sangre. Había algo en cómo ella lo miraba… una dulzura que nunca le había mostrado a él. Y eso, para Tiago, era imperdonable. Aprovechó el segundo recreo para actuar. Entró al aula como quien no quiere la cosa y se dirigió al grupo donde Jenifer conversaba con otras chicas. Se cruzó de brazos, con una sonrisa que parecía tallada en hielo. —¿Así que ahora salís con mi hermanito? —dijo, burlón. Jenifer levantó la vista, sorprendida pero firme. —No salgo con nadie. Solo hablamos. —Bueno, cuidate. Lautaro es bueno en hacerse la víctima. Tiene el talento de hacerte sentir que vos sos el problema si no lo entendés. Una de las chicas rió, incómoda. Jenifer lo miró directo a los ojos. —Mirá, Tiago. Si vas a hablar mal de tu hermano, buscate otro público. Porque yo sí lo escuché. Y no me hizo sentir nada raro. Al contrario. Me hizo pensar que nunca nadie lo miró con empatía en esa casa. La sonrisa de Tiago se congeló. No estaba acostumbrado a que lo enfrentaran. —Sabés que siempre fue raro, ¿no? Siempre con esa cara de que el mundo le debe algo. —Y vos siempre con la cara de que el mundo te pertenece —le devolvió Jenifer, sin perder la compostura—. Pero eso no significa que tengas razón. Tiago hizo una mueca de fastidio y se alejó, dejando un silencio denso detrás de él. Las demás chicas miraron a Jenifer con asombro. Una de ellas susurró: —No sabía que te gustaba Lautaro. —Me gusta que sea real —respondió ella—. Que no actúe. Que se permita sentir. --- Cuando Lautaro salió del baño, varios compañeros lo miraban distinto. Algunos reían por lo bajo. Uno se acercó y le dijo: —Che, ¿llorás en las noches como dice tu hermano? Lautaro no respondió. Sabía que Tiago estaba detrás de eso. Pero en lugar de enojarse, buscó a Jenifer con la mirada. La encontró en el pasillo, mirándolo con una expresión clara, decidida. Caminó hacia ella sin dudar. —¿Estás bien? —preguntó ella. —Sí. Solo que… Tiago está en una campaña para destruirme. Jenifer sonrió. —Entonces lo estás haciendo bien. —¿Por qué? —Porque solo se desespera el que siente que está perdiendo. Lautaro bajó la mirada y después la volvió a alzar, directo hacia ella. —¿Y vos qué pensás? —Pienso que Tiago no te llega ni a los talones. Que vos sos mucho más que ese personaje que él quiere inventar. Él asintió, tragando saliva. —Gracias por no dudar. —No lo hago —dijo ella, más suave—. Desde que te conozco, nunca tuve dudas. En ese instante, sin palabras, supieron que algo había cambiado entre ellos. No necesitaban declararse nada. Estaban en la misma sintonía, y eso bastaba. --- Al final del día, Tiago los vio salir juntos del colegio. Caminaban despacio, hablando, riendo por momentos. No se tocaban, pero había algo invisible entre ellos que lo enfureció más que cualquier caricia. Sabía que lo estaba perdiendo todo. Su imagen. Su superioridad. Su poder. Y Tiago no era de los que se quedaban quietos cuando eso pasaba. Mientras los observaba desde lejos, sus ojos se llenaron de una determinación oscura. —Esto no termina acá —murmuró. Y empezó a planear.