La tarde estaba pesada, como si el aire mismo supiera que algo estaba por explotar.
El partido había terminado hacía un par de horas, pero los pasillos de la escuela todavía vibraban con la energía de la victoria. Los profesores felicitaban a los jugadores, algunos alumnos imitaban los goles en los pasillos y el nombre de Lautaro se escuchaba en casi cada conversación. Sin embargo, en un rincón más apartado, lejos de los festejos, la verdadera batalla recién comenzaba.
Jenifer caminaba sola, saliendo por el costado de la cancha donde aún quedaban algunas mochilas y pelotas sin guardar. Su pelo atado en una trenza alta se movía con el ritmo de sus pasos firmes. En su interior, una mezcla de alegría y fuego ardía. Estaba feliz por Lautaro, por su gol, por su partido perfecto… pero no podía sacarse de la cabeza a Erica.
La había visto gritar cada jugada. Sonreír cada vez que Lautaro tocaba la pelota. E incluso hacer ese gesto ridículo del corazón con las manos cuando él celebró su primer