Alessandro no había dormido bien. El eco de las risas de Rose y Lorenzo todavía le retumbaba en los oídos. Había intentado distraerse con trabajo, con cálculos, con bocetos, pero nada parecía arrancarlo de esa imagen: Rose inclinada sobre los planos, sonriendo, y Lorenzo demasiado cerca, demasiado cómodo.

A la mañana siguiente, se convenció de que tenía una excusa perfecta: visitar el vivero donde se estaban seleccionando las plantas ornamentales para la parte sur del jardín. Técnicamente, su presencia no era imprescindible. Pero el proyecto era suyo, ¿no? Él debía asegurarse de que todo quedara impecable. Esa era la justificación que se repitió mientras conducía hacia el vivero, el corazón golpeando en su pecho con un ritmo incómodo.

Cuando llegó, los encontró a los dos caminando entre las hileras de plantas jóvenes. Rose llevaba un vestido sencillo color crema, el cabello recogido en una coleta ligera. Lorenzo, a su lado, sostenía un catálogo y señalaba con entusiasmo distintas espe