La tarde caía con un resplandor ámbar sobre el viñedo cuando Lorenzo propuso quedarse a cenar allí mismo, ya que habían estado trabajando por horas, cocino algo en una pequeña cocina antigua que estaba en el lugar,Había organizado algo sencillo pero encantador: una mesa de madera al aire libre, entre las hileras de vides, iluminada con faroles y velas. Rose, cansada pero sonriente, aceptó sin dudar.
—No recuerdo la última vez que cené en un lugar tan bonito —dijo ella, dejando escapar una risa ligera mientras Lorenzo servía dos copas de vino tinto.
—El vino sabe mejor aquí, con la tierra a tu alrededor —respondió él, con esa voz segura que parecía envolverlo todo.
Ella lo miró, divertida.
—¿Siempre eres tan poético?
—Solo cuando la compañía lo inspira —contestó, sonriendo con un guiño.
Rose bajó la mirada a su copa, ocultando el rubor que le subía a las mejillas.
Pero la calma no duró demasiado. Desde la entrada del viñedo, el motor de un coche rompió el silencio. Unos minutos después