Los primeros días en AGI Arquitectura fueron un torbellino de emociones. Cada mañana me despertaba con una mezcla de nervios y entusiasmo. Sabía que debía concentrarme en mi trabajo, pero no podía evitar que mi mente volviera a Alessandro. Sus gestos, su voz, los fragmentos de recuerdos que aún me perseguían… todo formaba parte de mi vida, aunque él no recordara nada.
—Rose, ¿puedo revisar tus últimos planos? —preguntó Lorenzo, entrando en mi espacio con una taza de café en la mano—. Quiero ver cómo aplicaste lo que discutimos ayer.
—Claro —respondí, entregándole los bocetos—. He ajustado las proporciones y modificado la iluminación del espacio, como me sugirió.
Él los examinó cuidadosamente, inclinándose sobre la mesa. —Excelente trabajo —dijo, sonriendo—. Tienes un ojo muy preciso, Rose. Estoy impresionado.
Mi corazón se aceleró, no por su elogio, sino porque sentí que, finalmente, alguien veía mi esfuerzo y talento. —Gracias, Lorenzo. He trabajado mucho para mejorar.
—Se nota —resp