Alessandro se quedó un instante más en la sala, observando cómo Rose recogía los planos con movimientos precisos y medidos, cada gesto impecable, como siempre. Su corazón aún latía con fuerza, y el recuerdo de la playa apareció de nuevo, inevitable, haciéndolo sentir vulnerable y emocionado al mismo tiempo.
El aroma de la brisa marina que había sentido aquel día frente al mar parecía mezclarse con el olor a madera de los muebles y el perfume sutil de Rose, despertando en él una ansiedad que no podía controlar. Respiró hondo, intentando recomponerse, y se apoyó contra la mesa como si necesitara sostenerse.
—Señor Vescari —dijo Rose, levantando la mirada y encontrándose con sus ojos—. Hemos terminado por hoy. Creo que los ajustes se implementarán sin inconvenientes.
—Sí… —respondió él, tratando de sonar neutral, pero la voz le tembló apenas—. Gracias, Rose. Por todo.
Ella cerró la carpeta y lo miró, evaluándolo con su habitual frialdad profesional, aunque algo en su expresión le resulta