—Ese Tobías es un hombre despreciable, un ser ruin —lloriqueó Mónica, sujetándose con fuerza a los brazos de su hija en busca de consuelo ante la amargura de sus recuerdos.

—¿Sabe dónde te encuentras ahora? —inquirió Catalina, preocupada por Marta y su aparente cercanía con su tío.

—Sí, Pablo Visconti me salvó de aquel terrible lugar y me tomó como esposa, ya que es amigo de mi familia desde hace muchos años. A él le debo mi existencia, Catalina, él me devolvió la vida —explicó Mónica, con gratitud en la voz al mencionar el nombre de su esposo.

—Marta... —murmuró Catalina, sintiéndose cada vez más confusa al oír el nombre de la mujer.

—Marta era mi amiga, o al menos eso creía, y al parecer también era la amante de Tobías desde hacía mucho tiempo. Marta era una mujer extranjera que llegó a Italia buscando una vida mejor y se cruzó en el camino de Tobías. Después se casaron y desde entonces ha sido su cómplice en todas sus maldades —reveló Mónica con un tono de amarga decepción.

—Yo cre