Capítulo 119. El colmo del descaro.
En Roma, mientras tanto, Francesco había finalizado el recorrido oficial por la empresa, mostrando cada rincón y cada proyecto a Marco, el impostor que se hacía pasar por Giovanni.
El hombre, con cada paso y cada explicación, se mostraba más que fascinado; su asombro no era disimulado, sino una clara manifestación de su desmedida ambición.
Esta cualidad se le marcaba en el rostro con una claridad meridiana, en el brillo de sus ojos, en la forma en que su sonrisa se extendía.
Era tan cínico y descarado en su entusiasmo que no había dejado de reír en ningún momento, una risa que no era de alegría genuina, sino una expresión de la satisfacción que le producía verse tan cerca de sus codiciosos objetivos.
Cada carcajada de Marco era una confirmación de su falta de escrúpulos, revelando una personalidad fría y calculadora, ajena a cualquier remordimiento, plenamente inmerso en la teatralidad de su engaño.
—¿Cuánto tiempo calculas que te tomará llevar a la casa Vannucci a la ruina, a la banc