Capítulo 19. Piedras preciosas.
Catalina contempló fijamente el mar, dejando que su mente divagara por los días transcurridos en la isla. Francesco había tenido la consideración de enviarle una cesta con provisiones y también había dispuesto que le llevaran ropa de su talla.
Algunas prendas le ajustaban a la perfección, mientras que otras no tanto, pero aun así, agradeció profundamente el detalle.
—¿De verdad puedo depositar mi confianza en él? —se preguntó en voz baja, dirigiéndose a la brisa marina.
A pesar de la calma que la envolvía en aquel entorno aislado, una sensación de inquietud persistía en Catalina. Sentía la necesidad de retribuir de algún modo la generosidad que Francesco Vannucci le demostraba.
No deseaba que él malinterpretara sus intenciones, ni mucho menos que la considerara una oportunista. Las tareas de limpieza en la casa, aunque las realizaba con esmero, no representaban un trabajo genuino que saldara su deuda de gratitud.
Impulsada por la curiosidad, Catalina se levantó. La pregunta "¿Quién era