Pero, aunque la fiesta de bodas estaba llena de luz, risas y mucha alegría para todos los que amaban a Francesco y Catalina, no todas las personas cercanas sentían lo mismo en su corazón. Había alguien a quien esa gran felicidad de la pareja le causaba un sentimiento muy feo, como dolor o enojo.

Y mientras los novios y sus invitados celebraban sin darse cuenta, en la oscuridad, en un lugar que no estaba muy lejos de allí pero que nadie podía ver, se encontraba una persona mala. Este enemigo, que se mantenía oculto, no compartía la alegría.

Al contrario, en ese mismo instante de la fiesta, empezó a poner en marcha sus ideas para hacer daño, moviendo las piezas de un plan que solo buscaba arruinar la felicidad que veía.

Sus pensamientos eran oscuros y llenos de maldad, preparándose para actuar. Y con una voz muy baja, que sonaba fría y peligrosa, esa persona pensó para sí misma, mirando hacia el lugar donde brillaba la fiesta:

«Sé muy feliz ahora que puedes, Francesco, porque no te qued