Sus pasos sobre el suelo frío dejan huellas en la nieve, pero, por alguna razón, y pese a que sus pies están descalzos, esa gelidez no le molesta.
Cuando llega a un claro cubierto de la lluvia helada, que lo ha dejado blanco y melancólico, Wendy mira hacia una montaña, donde puede vislumbrar la figura de una mujer cubierta con ropa de piel de animal.
Tiene la necesidad de acercarse a ella y, mientras más lo hace, más lejos de la vida se siente, pero, aun así, continúa.
—¡¿Quién eres?! —grita desde abajo de la montaña helada.
La mujer, que hasta ahora Wendy nota que es pelirroja y de cuerpo relleno, la mira extrañada y frunce el ceño.
—Lo que tienes en el brazo me pertenece, pero gracias por cargar con mi destino por un tiempo. Luego lo tomaré todo, incluyendo tu lazo temporal con el rey de los zollebs. Es irónico, ya que él no debería estar con ninguna.
—¿Qué dices? —le pregunta Wendy, en completa confusión.
—El rey de los zollebs se debe a su gente, y el mundo entero es regido por el