No fue real.

Alexander.

Estaba desconcertado con lo que estaba pasando. ¿Cómo habíamos llegado hasta mi habitación?, ¿Daría, tenía ese tipo de poder? Todas esas preguntas quedaron a un lado, cuando vi la espectacular vista enfrente de mí.

Daría llevaba puesto una diminuta braga roja y sus pechos grandes y redondos estaban al aire.

Su piel blanca brillaba mientras era iluminada por la luz de la luna que se colaba por la ventana. Era la cosa más hermosa que nunca había visto.

Lentamente, bajó su braga dejándome que la contemplara completamente desnuda. Era mi mujer, la compañera que la diosa luna había elegido para mí, la hembra que sería madre de mis cachorros.

—Daria, ¿estás segura? —le pregunté con la voz que me salía en un hilo.

Ella no dijo absolutamente nada, solo se acercó a mí con paso seguro. Sus rodillas estaban a cada lado de mi cuerpo, sus pechos se movían en un movimiento que me incitaban a ser su esclavo.

Sus manos abrieron uno a uno los botones de mi camisa, mientras que sus ojos e
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