El rugido de Cronos seguía retumbando en el aire mientras su figura colosal se alzaba sobre el campo de batalla. Su presencia era una declaración: él era la fuerza que arrasaría todo para crear un nuevo comienzo. Las sombras que giraban a su alrededor parecían tener vida propia, moviéndose con una intención destructiva, envolviendo las ruinas y cubriendo el cielo en un manto de oscuridad impenetrable.
Zeus, tambaleante pero inquebrantable, alzó su rayo. Su mirada reflejaba determinación, pero también cansancio. Cada enfrentamiento hasta ahora había drenado sus fuerzas, y aunque había enfrentado amenazas antes, nunca algo como esto: una manifestación pura de caos primordial. Sentía el peso del mundo sobre sus hombros, y no solo el suyo, sino también el destino de los dioses, los mestizos y la humanidad.
—¡No retrocedan! —gritó, su voz resonando como un trueno entre las ruinas—. ¡Esta no es una opción!
El resto de los dioses y mestizos comenzaron a moverse. La visión del titán había pro