La batalla final en Machu Picchu había dejado huellas profundas en la tierra sagrada. Las montañas, que una vez se alzaron orgullosas entre las nubes, ahora parecían observar en silencio los últimos vestigios de la lucha. El portal por el cual Cronos había irrumpido aún giraba con una energía caótica, pero su intensidad comenzaba a menguar. En el centro del campo de batalla, donde dioses y mestizos luchaban desesperadamente por cerrar la brecha, surgió un resplandor etéreo.
Ethan apareció primero. Su figura no era física, sino un destello vibrante de luz dorada que irradiaba calma y poder. No había rastro del hombre que alguna vez fue; ahora era una extensión pura del Orbe. Su esencia envolvía a los presentes, sus pensamientos llegando a sus mentes como un torrente de claridad y propósito.
“Escuchen,” resonó su voz en sus conciencias. “Cronos está debilitado, pero su amenaza no ha terminado. El portal debe cerrarse, o su esencia se regenerará y traerá consigo una destrucción mayor.”
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