El aire se volvía más denso cuanto más avanzaban. Sariah sentía cómo la magia vibraba bajo sus pies, como si cada paso sobre la antigua senda resonara en los huesos de la tierra. El grupo se encontraba al borde del Bosque de Lythien, donde el primer portal a los Ecos Primordiales debía abrirse, según los antiguos mapas que Serena había dejado protegidos con su propio sello de sangre.
Kael caminaba detrás de ella, siempre en silencio, atento. Aunque habían hablado poco desde su última confrontación con los heraldos de Vireyla, ella sentía su lealtad, incluso sin palabras. La presencia de Kael era un ancla, una de las pocas certezas que le quedaban.
—¿Estás lista? —preguntó él, al ver cómo Sariah se detenía frente al círculo de piedras que marcaba el umbral.
—No —respondió, sin volverse—. Pero tengo que estarlo.
Al pronunciar esas palabras, el cielo pareció estremecerse. Las nubes formaron un espiral sobre ellos, y un destello de luz carmesí emergió de las piedras. El portal se abría, n