Los días posteriores al ritual fueron extraños. No porque la calma hubiese regresado, sino porque el mundo parecía redescubriéndose a sí mismo. La tierra, antes tensa como una herida mal cerrada, comenzó a respirar. Los vientos recuperaron su curso. Los árboles hablaron nuevamente en susurros. Incluso el cielo —aún marcado por la fisura que Virelya había abierto— mostraba señales de querer sanar.
Pero no todos habían sobrevivido al equilibrio restaurado.
Algunos miembros del círculo habían entregado tanto de sí que no despertaron. Otros lo hicieron, pero sin memoria. Sus mentes quedaron vacías, incapaces de sostener el peso de las verdades enfrentadas.
Kaelen aún descansaba en la cámara sagrada del Templo de los Veladores. Su cuerpo resistía, pero su alma flotaba entre dos planos. Había contenido el centro del ritual, anclado al dolor, al pasado, al sacrificio colectivo. Y ahora estaba atrapado entre los recuerdos de todos… y el olvido absoluto.
Sariah lo visitaba cada amanecer.
No ha