La noche cayó como una losa de obsidiana sobre el Valle del Eco. A pesar de la calma superficial, cada roca y cada hoja parecía contener un susurro. Serena lo sentía en la piel: el mundo estaba conteniendo el aliento. Desde su transformación, su percepción se había expandido. No solo veía a través de las sombras, sino que escuchaba los pensamientos incompletos, los secretos que palpitaban en el corazón de quienes la rodeaban.
Desde lo alto de la torre de vigilancia, observaba las fogatas que ardían en los campamentos de los clanes. Alianzas frágiles, como papel bajo la lluvia. Sabía que algunos alfas no la apoyarían. No por miedo, sino por orgullo. Otros ya conspiraban en silencio, empujados por manos invisibles.
Kael se acercó en silencio, con la mirada dura. A su lado, Hadrien traía un informe urgente.
—Interceptamos un mensaje —dijo, dejando el pergamino sobre la mesa de piedra—. Fue sellado con el símbolo de la Espina Negra.
Serena lo reconoció al instante. La Espina Negra era una