La luna seguía alta, pálida y cruel en lo alto del cielo. Las sombras del Valle del Eco se alargaban como garras, y el eco del ritual aún vibraba en el corazón de Serena. No había regresado a sus aposentos. Se mantuvo en el templo superior, sola, envuelta en el silencio y en la creciente incertidumbre que le nublaba el juicio. Su respiración era contenida, como si el más mínimo suspiro pudiese romper la delgada línea entre la verdad y la traición.
Kael fue el primero en ascender. No hizo ruido. La roca ni siquiera crujía bajo sus botas. Estaba pálido, pero su mirada seguía siendo firme, decidida.
—Serena, no puedes creer eso...
Ella no se giró.
—No quiero creerlo.
El viento azotó su capa, haciendo que la tela danzara como fuego negro.
—Pero el eco... la piedra... y sus ojos, Kael. Sus ojos te señalaron.
Kael dio un paso hacia ella, pero se detuvo.
—No sé qué significa. Pero no soy un traidor. He derramado mi sangre por ti. He enfrentado a nuestros enemigos. Te he amado con toda mi alm