Darian
Un aullido lejano interrumpió el trance fogoso al que nos habíamos entregado.
—Tenemos que volver —dije, con mis manos aún agarrando su cintura.
—¿Y esto? —preguntó, señalando el espacio entre nosotros, ahora cargado de un nuevo entendimiento.
—Esto... —mis labios rozaron los suyos otra vez, breve y dulcemente— ...es más peligroso que cualquier cazador.
Al regresar al claro, la manada nos observó con recelo. Pero mientras retomaba mi lugar en el círculo, su mano rozó la mía en un gesto discreto.
Los días se habían vuelto una danza de contradicciones. Ethan, con su terquedad de humano y su corazón de sanador, se movía ahora entre la manada como una sombra un poco más aceptada. Ya no gruñían al verlo en el claro, ni le mostraban los colmillos cuando pasaba. Incluso Mara, la de las garras afiladas, le había entregado una hierba para las heridas sin escupirle una amenaza. Lo observé desde lejos aquella tarde, ayudando a un lobo adolescente a vendarse una quemadura de pla