Ethan
El primer gruñido retumbó como un trueno dentro de mis huesos. El aire se llenó de un calor animal, de ese olor a bosque después de la lluvia que siempre llevaba Darian pegado a la piel. Pero esta vez venía mezclado con furia, con peligro. Y con miedo.
Los cazadores se movieron como avispas perturbadas. El hombre más joven, el de la barba rala y los ojos inyectados en sangre, levantó su ballesta hacia la puerta trasera. La mujer del chaleco táctico —Lena, la habían llamado— sacó un machete del cinturón, sonriendo con esos dientes demasiado blancos, demasiado afilados.
—¡Corten al lobo primero! —ordenó—. ¡Al humano lo mantenemos vivo hasta que se rompa!
Sentí el filo de su mirada clavárseme en el pecho. Las cuerdas que me ataban a la silla de metal ardían contra mis muñecas, pero el dolor era nada comparado con la culpa. No deberías haber venido, Darian.
La puerta estalló en astillas.
Él irrumpió como una tormenta hecha de dientes y músculo. En forma de lobo, era una masa negra d