Laurenth
El jardín estaba en calma esa tarde. Las flores mecían sus pétalos bajo la brisa y yo, con un libro abierto en mis manos, me dejaba arrullar por la tibieza del sol. Cada tanto, mi palma descansaba en mi vientre ya notorio, donde mi cachorro se movía despacio como recordándome que estaba ahí. Todo parecía tranquilo.
Pero la calma duró poco.
Un aroma conocido se mezcló con el jazmín del jardín. Levanté la vista y lo vi: Rhyd. Caminaba como si cargara el peso de todo el mundo sobre sus hombros. Su andar era lento, desganado, los ojos oscuros por las ojeras, los labios apretados como si estuviera conteniendo un grito. Sabía q estaba en la manada, había venido a hablar con Kael.
Se detuvo a unos pasos, incapaz de articular palabra.
—Hola, Rhyd… —dije en voz baja, suavemente, temiendo quebrarlo. —¿Estás bien?
Él levantó la vista, los ojos cristalinos, y antes de que pudiera reaccionar me envolvió en un abrazo.
Mi cuerpo se tensó un instante, pero al sentir cómo temblaba, cómo se ro