La habitación estaba en penumbra. Las persianas cerradas filtraban apenas la luz de un atardecer moribundo. La única fuente de claridad era la pantalla de una laptop, donde un video pausado mostraba el rostro joven, cansado y abatido de Celeste McNeil.
Luciana tragó saliva. Llevaba sentada frente a esa imagen más de veinte minutos sin atreverse a darle play. Finalmente, lo hizo.
—Este video debe ser mostrado solo si… si algo me pasa. Y si la verdad necesita salir. —comenzó la voz quebrada de Celeste.
Luciana no parpadeó. Ni respiró.
—Mi nombre es Celeste McNeil. Soy doctora, genetista y, durante los últimos años, parte de un proyecto que comenzó como una visión de avance médico… y terminó siendo una pesadilla. Lo dirigían mis padres. Y yo… colaboré. Lo hice convencida de que salvaríamos vidas. De que todo valdría la pena. Hasta que supe el precio. Clara.
Luciana sintió un nudo en el estómago. Celeste hablaba con los ojos vidriosos, como si llevara días sin dormir.
—Clara nunca debió s