Valeria no estaba segura de por qué había aceptado. Tal vez porque era la única manera de hablar sin filtros, lejos de ojos curiosos y oídos traicioneros. O tal vez porque, en el fondo, quería verlo.
El hotel no era ostentoso, pero sí discreto. Tenía una entrada privada, el lugar perfecto para un encuentro entre millonarios y sus amantes secretas. Al llegar a la habitación quedó impresionada por su tamaño y la hermosa vista a la ciudad iluminada. Ella llegó primero. El corazón le latía con fuerza, pero su rostro mantenía la misma expresión de siempre: altiva, serena… casi insolente.
Thiago llegó pocos minutos después, abriendo la puerta con su tarjeta como un cliente habitual. Llevaba el traje sin corbata, la camisa desabotonada al cuello y esa mirada de acero que parecía atravesar las paredes. Al verla allí, sentada en el borde del sofá, sin bata médica, solo con un pantalón ajustado negro y una blusa blanca sencilla, se detuvo en seco.
—Gracias por venir —dijo él, cerrando la puerta