El salón principal del tribunal en Madrid estaba abarrotado de rostros tensos, trajes oscuros y miradas esquivas. En un extremo, representantes del Ministerio de Salud. En el otro, abogados de la Fundación McNeil, médicos citados, administradores, técnicos… todos bajo sospecha.
Thiago Moretti ocupaba el asiento reservado a los testigos principales. Vestía de negro riguroso, con la corbata torcida por primera vez en mucho tiempo. No había dormido. No desde que le mostraron el contrato con su firma en los archivos del proyecto Orquídea Roja.
Gabriel Araújo, el agente del FBI que había coordinado la operación junto a las autoridades sanitarias europeas, estaba allí también. Aunque oficialmente no testificaba en esta fase, su presencia bastaba para desestabilizar a más de uno. Tenía copias de todo. Videos. Contratos. Listados de niños con afecciones cardíacas catalogados con códigos clínicos.
—Llamamos al señor Thiago Moretti al estrado.
El silencio se volvió insoportable.
Thiago caminó h