Aterrizamos casi en la madrugada, se acercó a mí cuando bajamos, me tomó por la cintura y contuve mi respiración, tomó las tiras sueltas de mi kimono y me las apretó con fuerza mientras me sostenía la mirada. Terminé más cubierta, la brisa era fría y mis labios temblaban, me abrazó y pasó su mano por mi espalda, pretendía darme algo de calor, me encendió totalmente. No podía sentir frío con él cerca de mí. No subimos a unos autos, la calefacción hacia lo suyo y me sentí más en ambiente pero entonces él me soltó.
—¿A dónde vamos? —pregunté.
—Serás de nuevo mi invitada. Tengo una propiedad aquí.
Llegamos a una urbanización cerrada con casas gigantes y rejas altas por todos lados. El auto estacionó frente a una propiedad enorme, salió