Estaba hermosa. Preciosa, y era mía. Yo no me lamentaba llorando sobre que debía ser yo quien se casara con ella, me pertenecía en cuerpo y alma, sabía que no podíamos estar juntos, no sufría por eso, su bien mayor era mi prioridad y el de esa criatura si es que existe. Como pronostiqué, ella estaba también más familiarizada con la idea de hacer una familia con Eitor y desistir de la locura de quedarse a mi lado.
Eitor también lo entendió. Sobre todo porque la dejaría a su lado, él la amaba, logró derribar todas sus barreras, como derribó las mías.
—Señor, el helicóptero está listo.
—Vamos.
Lola se subió a mi lado y examinó mi rostro con diversión.
—¿Qué es gracioso?—pregunté.
—Lo harás ¿No? Te quedarás con la mercancía.
—Sí, ellos fallaron, nos deben. Cobro.
—Temo que puedan tomar represalias—dijo con cara de preocupada.
—Tú temes, eso es novedad para mí.
—Imagínate que sí.
Tenía razón, pero este mundo no podía dejarme robar, perdía respeto, debía golpear dos veces lo que me golpeaban