Estaba hermosa. Preciosa, y era mía. Yo no me lamentaba llorando sobre que debía ser yo quien se casara con ella, me pertenecía en cuerpo y alma, sabía que no podíamos estar juntos, no sufría por eso, su bien mayor era mi prioridad y el de esa criatura si es que existe. Como pronostiqué, ella estaba también más familiarizada con la idea de hacer una familia con Eitor y desistir de la locura de quedarse a mi lado.
Eitor también lo entendió. Sobre todo porque la dejaría a su lado, él la amaba, logró derribar todas sus barreras, como derribó las mías.
—Señor, el helicóptero está listo.
—Vamos.
Lola se subió a mi lado y examinó mi rostro con diversión.
—¿Qué es gracioso?—pregunté.
—Lo harás ¿No? Te quedarás con la mercanc&i