— ¡Eres una zorra! — Resonó el manotazo sobre una mesa, provocando un pequeño sobresalto en Mari, quien ya tenía el corazón acelerado. — ¡¿Cómo pudiste…?! ¡¿Cómo pudiste hacerme esto, Mari…?! — Luego de muchos gritos, repentinamente, Daniel bajó el tono y su voz se comenzó a quebrar al tiempo que sus ojos se cristalizaban. — Pensé que me amabas… Pensé que éramos felices… Se suponía que estaríamos juntos para siempre…
— Es que… — Mari respiró profundo, intentando articular palabras, con el llanto desbocado. — Es que te amo, Daniel… Esas fotos son falsas, todo es mentira, yo jamás te haría algo como eso…
— ¡No mientas! ¡Yo vi las fotos, son reales! — Sonó otro fuerte golpe, que provocó un estremecimiento en Mari y ella despertó.
En medio de la tenue oscuridad, Mari se limpió las lágrimas que derramó dormida, humedeciendo la almohada, y respiró profundo intentando calmarse, pues su corazón seguía agitado.
Ella pensó que ya había superado todo esto, desde hacía mucho, no le sucedía, ¿Por qué volvía a tener este sueño? O mejor dicho, esta pesadilla.
Ya había pasado dos años desde que Daniel se había marchado muy lejos, al extranjero, alegando que tenía que atender sus negocios y Mari no lo había vuelto a ver.
Ella solo sabía que el idiota de su esposo estaba vivo porque ocasionalmente él llamaba a sus hijos, no es que le interesara después de todo lo que ella había pasado con ese hombre, pero sus hijos, esa era otra historia.
Dante Banks de seis años y Mario Banks de cuatro años, fueron los hijos que Mari concibió junto con Daniel en el matrimonio y que desde hace dos años, ella ha estado educando sola.
Le dolía tanto que las cosas terminarán así, con sus hijos hablando con su padre ocasionalmente por llamadas, para luego preguntarle, ¿por qué papá no regresa a casa? Eso le partía el corazón a Mari.
En medio de la noche, Mari se sorprendió a sí misma pensando otra vez en Daniel, el hombre que ella amó con todo el corazón y que lo rompió en mil pedazos.
De pronto, sonó un estruendo que la sobresaltó.
Habiendo perdido el sueño, Mari se levantó de la cama y se asomó por la venta, afuera estaba cayendo una lluvia torrencial, con rayos y mucho viento.
Pero, había algo más, parecía que en el fondo se escuchaba una especie de golpeteo, que cada vez sonaba con más insistencia.
Extrañada y decidida, Mari bajó las escaleras para revisar, mientras sentía que en la tenue oscuridad de la casa, sigilosamente, alguien la seguía, «¿Será mi imaginación…?» Concluyó ella al llegar al pie de las escaleras.
El golpeteo en la puerta volvió a retornar, pero está vez con mucha más fuerza e insistencia.
— ¿Quién puede ser a esta hora y con esta tormenta? — Susurró Mari, para sí misma, abrazándose mientras se acercaba a la puerta. — ¡¿Quién es?!
— ¿Mari? — Escuchó al otro lado.
Era un hombre y algo su voz, hizo saltar fuertemente el corazón de Mari, esa voz era muy familiar, ella la conocía.
Sorprendida y asustada, Mari abrió.
La silueta de un hombre alto y fornido se dibujó frente a ella, él estaba algo más musculoso que de costumbre y ligeramente velludo, con una corta barba, su cabello también estaba un poco más largo al corte que él solía usar, pero era él, de nuevo, el hombre que ella pensó que no volvería a ver en mucho tiempo, Daniel Banks, su esposo estaba de vuelta en casa.
— ¿Qué? ¿Qué haces aquí? — Mari retrocedió, confundida y temerosa, con el corazón correteando.
¿Esto era parte de la pesadilla? ¿Acaso ella seguía dormida?
Él dio un paso al frente, estaba empapado de arriba para abajo y arrastraba una maleta.
— Daniel… — Susurró Mari, todavía incrédula.
— ¡Papá…! ¡Al fin volviste…! — Dos niños saltaron repentinamente desde la oscuridad de la casa hacia el hombre, abrazándolo con fuerza, sin importar que estuviera todo mojado, y él sonrió.
— Lo siento, chicos… — Él se agachó, abrazándolos de vuelta. — Lamento decepcionarlos, pero no soy su padre, soy su tío, David.
Confundida y con la mente todavía nublada, Mari hizo lo que debió haber hecho en un principio, ella saltó sobre el encendedor de luz de la entrada, justo en el momento en que David se levantó y lo vio con más claridad.
— Es un gusto verte de nuevo, Mari, después de tanto tiempo… — La saludó David, sonriéndole, mientras que Mari pareció congelarse por un instante.
— ¡Tío! ¡Qué bueno! ¡Tío David! — Los niños comenzaron a saltar, igualmente emocionados.
— ¡Niños! — Finalmente, Mari reaccionó, dándose cuenta de que sus hijos estaban allí cuando debían estar acostados. — ¡¿Qué hacen despiertos?! ¡¿Qué hacen aquí afuera de sus camas a estas horas?!
— Lo siento, mamá… — Contestó Dante, el mayor. — No podía dormir por la lluvia…
— Tenía miedo, mami… — Fue la explicación de Mario, el menor.
Mari los observó con la boca abierta y luego levantó la vista hacia David, que seguía en la entrada, todo mojado, escuchando todo.
— Yo… — Mari deslizó la mirada entre los tres y sacudió su cabeza, intentando concentrarse, aun su corazón seguía acelerado. — Lo siento, David, pasa adelante, debes tener frío, discúlpame por hacerte esperar, es que…
— Está bien, no tienes que disculparte… — David sonrió y algo se movió dentro de Mari.
«¿Daniel?», su esposo pasó por la mente a Mari al ver la sonrisa de David, y ella recordó la pesadilla que la había despertado, ¿Qué estaba pasando?
…
David la esperaba en el sofá, ya cambiado con ropa seca, jugando con sus sobrinos cuando Mari le traía una taza de chocolate caliente.
Luego de un rato conversando sobre trivialidades, los pequeños se quedaron dormidos sobre ellos, en el sofá.
— Entonces, ¿Me lo vas a decir? — Susurró Mari, repentinamente.
— ¿Qué cosa?
— El motivo por el que estás aquí…
— Bueno… — David suspiró pesadamente y luego se concentró en Mari. — Ya que quieres ir al grano… Daniel me llamó y me dijo que quería dejar todo lo que pasó atrás y que volvió…
— ¿Qué? — Mari sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y como su corazón se agitaba. — ¿Daniel, volverá?
— ¿No ha llegado? Se suponía que ya debía estar aquí… — Contó David extrañado.
— No, yo ni siquiera sabía, yo… — Mari prácticamente se quedó sin aire al imaginarse a su esposo de vuelta después de todo lo que pasó.
— Mari, imagino como te debes sentir… Desde esa vez en qué Daniel y yo peleamos, nunca pude sacarme esa imagen de la mente, como él te trató y tu llanto… — Murmuró David, pensativo. Mari se estremeció al recordarlo. — Por eso estoy aquí, Mari, por eso vine, no podía quedarme de brazos cruzados, tenía que ver cómo estabas, no pienso permitir que Daniel vuelva a tratarte así… Vengo para hablar con él, sin peleas, sin insultos, solo quiero explicarle que todo fue una falsa, que yo nunca… Haría… Algo así… — Intentó explicar David mirándola a los ojos, mientras que su voz iba apagándose.
Mari se quedó sorprendida, notando la determinación de David en su mirada, ambos se observaban fijamente con una especie de hipnotismo.
¿David estaba preocupado por ella? ¿Él había vuelto para protegerla?
Los niños se removieron sobre Mari y David, como si sintiera la tensión en el ambiente, y ambos reaccionaron, notando que se habían quedado como embobados por un instante.
— Creo que… Deberíamos llevarlos a la cama… — Sugirió David y Mari asintió.
Con mucho cuidado, Mari dejó a Mario en su cama, al otro lado de la habitación, David dejaba a Dante en su cama, cuando el niño despertó.
— Tío… ¿Te irás? — Murmuró el pequeño, sosteniéndose de los brazos de
David, él miró a Mari y luego se dirigió al pequeño.
— Si, pequeño, me quedaré en un hotel, pero vendré a visitarlos después… — Respondió David.
— No, tío, quédate… — Gimió el pequeño Dante. — Por favor, quédate con nosotros para que juguemos mañana, hace mucho que no te vemos… Y… Y está casa es muy grande, por favor, quédate, afuera está lloviendo mucho, puedes quedarte aquí… ¿Verdad que sí, mami?
— ¿Eh? — Mari se quedó fría, mientras que David la miraba, apenado. — Yo…
— Anda mami, dile que se quede, por favor… — Insistió el pequeño Dante, negándose a soltar el brazo de su tío.
— Está bien… David, por favor, Dante tiene razón, afuera está lloviendo mucho, deberías quedarte…
…
A la mañana siguiente, Dante y Mario no paraba de reír en la mesa del comedor, mientras desayunaban junto a su tío, David, que les hacía monadas.
Mari los observaba absorta, en silencio, al tiempo que se tomaba una taza de café, hacía tanto tiempo que ella no veía a sus hijos así de risueños.
Claro, ellos eran niños felices, siempre jugaban y sonreían, pero sus risas no sonaban así de fuerte desde hacía mucho tiempo.
— ¿Estás bien? — David volteó hacia ella, tomando su mano sobre la mesa, pues la había notado tan seria y pensativa, quizás estaba preocupada.
— Sí, yo… — Mari le sonrió al tiempo que asentía, cuando sus palabras fueron interrumpidas por una fuerte voz.
— Vaya, parece que estoy interrumpiendo… — Gruñó Daniel, dejando a Mari fría y a David sorprendido.
Daniel se encontraba en el umbral de la puerta del comedor, con una maleta, mientras observaba fijamente y con el entrecejo arrugado, la mano de David y de Mari juntas, sobre la mesa.
El escenario completo era un golpe para el orgullo de Daniel, una familia feliz, con sus hijos riendo y su propio hermano gemelo ocupando su lugar, de la mano con su esposa.