Aturdida, Mari se encerró en su habitación, había una furia en su interior, había decepción, tristeza, rabia, dolor y sobre todo, celos.
¿David estaba comprometido? ¿Por qué nunca se lo dijo? Sopesó caminando por toda la habitación, agitada, y entonces ella recordó, se detuvo y se miró en el espejo de la peinadora de su habitación.
— ¿Por qué David debería habértelo dicho, Mari? — Se preguntó a sí misma. — Tú y él… No son nada, David es tu cuñado, solo eso… Y si David está aquí, es solo porque te está ayudando con Daniel, porque tú se lo pediste, por nada más… Él no es nada más tuyo…
Mari se tragó el doloroso nudo en la garganta que se le estaba formando.
— No debería enojarme, no debería entristecerme, ni debería estar… Celosa. — Mari apretó los labios, bajando la mirada. — ¿Por qué? — Ella puso su mano sobre su corazón, sintiendo como latía desesperadamente. — ¿Por qué estoy sintiendo esto ahora? ¿Por qué él?
Y levantando el rostro con dignidad, Mari salió una vez más de su hab