Sus caderas chocaron contra los músculos de ella, cada embestida era más profunda que la anterior. Lena ahogó un gemido ruidoso contra su hombro, clavando las uñas en sus bíceps, mientras la ola de placer la arrastraba con cada penetración, sentía crecer el deseo en su vientre, dejándola aturdida.
El sonido de sus gemidos, rasgado y sin censura, fue el látigo que avivó el fuego en Bruno. Cuando sus miradas se encontraron de nuevo, él pudo ver en las pupilas dilatadas de ella una rendición absoluta, una invitación muda a tomarla como quisiera. Un quejido ronco escapó de su garganta, sensual, deslizándose entre sus labios entreabiertos.
—No hagas eso, No puedo pensar… —gruño, mientras el ritmo de sus caderas se aceleraba en cada embestida—. ¿Te estoy haciendo daño?
—¡No, Bruno!, Quiero todo de ti —Su voz se quebró en un jadeo ruidoso, que no era de dolor, sino de éxtasis.
—Maldición, Lena. No quiero lastimarte, pero no me ayudas —colocó los codos a los lados de su cabeza y embistió con m