Ella se aferró a su cuello, acurrucándose contra su pecho. No iba a desaprovechar aquel momento, que para ella era lo más cerca que había estado de él.
—Yo te cuidaré —añadió él—. Pero deja de llorar; solo empeorarás el dolor.
Aunque el malestar en su espalda era leve, Lena exageró, quejándose con un gemido lamentoso. Bruno la meció suavemente y salió del hospital cargándola, mientras su asistente se ocupaba del papeleo.
En el apartamento Bruno la acostó en su cama y le dio un analgésico para el dolor. Luego, se dirigió a la cocina y llamó a su padre.
—Está bien, solo tiene algunos moretones. No es necesario que vengan.
Después de colgarle a Ricardo, marcó el número de su hermana y le conto lo sucedido con su esposa.
—Hermano, voy para allá. Quiero verla —insistió ella al otro lado de la línea.
—No la molestes; necesita descansar —respondió Bruno, con voz autoritaria.
—Está bien. Mañana la llamaré. Y tú, pórtate bien con ella, ¿entendido? No seas un cabrón —le advirtió, colgando la lla