Capítulo treinta y cinco 35

El labio inferior de Lena tembló mientras maquinaba una respuesta cortés. Sostenía la mirada de él para que no percibiera el pánico que se agitaba dentro de ella.

—Siempre hay una primera vez, señor Donato —respondió, forzando sus labios hacia arriba.

Por dentro, el miedo la consumía. Sabía que la situación era peligrosa, y para su desgracia, el restaurante estaba vacío. Sin posibilidad de pedir ayuda, agitó su brazo con firmeza, liberándose de aquella mano helada y rígida que la sujetaba.

Al verse libre, se dio la vuelta con la mirada en alto, fingiendo que nada la afectaba, y caminó hacia la salida sin mirar atrás. Sus piernas temblaban como gelatina, pero sus pasos eran firmes. Sabía que había ganado la primera batalla.

Donato la vio alejarse. Sintió cómo la rabia le subía por el cuerpo como un fuego incontrolable. El pecho le ardía, su mandíbula se tensaba, y sus manos temblaban de furia contenida. Era como si un volcán hubiera despertado en sus entrañas.

—¡Maldita sea! —espetó co
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