La puerta de la mansión resonó con un golpe suave. Una de las empleadas se apresuró a abrir. Griselda entró con paso firme, y saludó con cortesía.
—La señora Florencia está en su habitación, le avisaré que ha llegado —informó la empleada antes de subir con rapidez las escaleras.
Florencia se encontraba absorta leyendo un libro, acomodada en su sillón favorito, cuando la sirvienta entró para anunciarle la visita. Cerró el libro con delicadeza, soltó un suspiro y, después de acomodar su vestido negro, salió de la habitación y descendió las escaleras. Al verla, Griselda esbozó una sonrisa cálida.
—Buenas tardes, Florencia —saludó la chica con voz suaves.
Florencia le devolvió el saludo con su habitual seriedad, aunque no pudo evitar que una leve sonrisa se asomara en sus labios.
Griselda… —caminó hacia ella con determinación—. ¿Cuándo te vas a poner las pilas? —preguntó con un tono entre reproche y preocupación—. Eres guapa, elegante, con clase. Serías la madre perfecta para mi sobrina. A