Dos días después, Alara llegó a Dransen Construcciones vestida con un ajustado traje blanco y tacones altos que resonaban contra el mármol del vestíbulo. Su figura dibujaba una silueta imposible de ignorar: el cabello recogido en un impecable moño realzaba su rostro de facciones afiladas, mientras sus ojos azules, profundo como el mar en plena tormenta, revelaban una determinación inquebrantable. Era exactamente la imagen que quería proyectar.
Bruno se había ausentado de la presentación. Desde lo ocurrido con su hija, las palabras de su tía resonaban en su mente como un mantra: "Ella necesita estabilidad". Por primera vez en su vida, cedería. Le daría a Griselda la oportunidad de acercarse. Todo por el bien de su pequeña.
Alara se instaló en su nueva oficina. Mientras sacaba su laptop del maletín y ajustaba los documentos sobre el escritorio, la puerta se abrió.
—Hola, Alara. Disculpa la interrupción —Damián entró con pasos firmes, seguido por Sofía, quien esbozaba una sonrisa tímida—