Sofía se enderezó con torpeza mientras se ajustaba el vestido. Su rostro, antes ruborizado, ahora se contraía de ira. Clavó sus ojos en Damián como si él fuera el juez de un juicio ya sentenciado. Alzó la barbilla y, dejó que unas lágrimas rodaran por sus mejillas mientras señalaba a Mónica con un dedo.
—¡Todo esto es obra de la señorita Mónica! —Su voz se quebró deliberadamente al alzar el tono—. Lleva una semana metiéndose en mi trabajo... ¿Qué te he hecho yo para merecer esto, Mónica? ¿Celos? ¿Envidia? —Hizo una pausa dramática, soltando un sollozo que todos pudieron escuchar—. Sabías perfectamente lo que encontrarías aquí. ¡Y viniste con testigos! Esto no fue un accidente, fue una emboscada. Solo querías verme humillada.
Mónica, que estaba apoyada contra la pared, tensó los hombros y amplio sus ojos con incredulidad. La indignación por el descaro de esa mujer le ardía en las venas.
—¿Estás loca, Sofía? Vine por los informes que me pidió la señora Alara. ¿O acaso te obligué a revo