El aire del baño le pareció a Alara más gélido de lo habitual, tanto como el nudo que le oprimía el estómago. Otra vez la voz de su hija la sacó de sus pensamientos.
—Hola… —Tragó saliva, consciente del eco de su voz—. Me llamo Alara… ¿Y tú? —preguntó, casi tartamudeando, en un intento por disimular su nerviosismo. Miró a su alrededor, como si buscara a alguien—. ¿Qué hace una niña tan pequeña sola en un baño?
—Soy Leia —respondió la niña, balanceándose sobre las puntas de sus zapatos negros—. Sofia iba a entrar, pero le dije que ya soy una niña grande y que no quiero que me vea. Me espera afuera.
Una sonrisa tensa se dibujó en los labios de Alara. Con movimientos lentos, se inclinó hasta quedar a la altura de la pequeña.
—Ah… Entiendo —volvió a tragar saliva—. ¿Y dónde está tu mamá?
Ya sabía la respuesta. Sabía que su hija creía que estaba muerta. Sabía que era cruel preguntarlo, pero necesitaba escucharlo de esos labios diminutos, aunque cada sílaba le partiese el corazón. No podía