Dante observaba a Vanessa, embelesado, no podía evitarlo, era hermosa, siempre lo había sido, pero ahora, sabiendo que llevaba a su hijo en el vientre, Dante la veía diferente. Había algo en ella, una especie de brillo que resaltaba su belleza y lo dejaba sin palabras.
Se quedó mirándola, nervioso, con el corazón latiendo acelerado.
—Vanessa —logró murmurar Dante, dando un paso hacia ella.
Ella apretó la carpeta contra su pecho y retrocedió un poco.
—Dante, yo… solo vine a recoger unas cosas y a dejar mi renuncia.
Él asintió, tratando de parecer calmado aunque por dentro estaba hecho un lío.
—Sí, claro. Pero… ¿podemos hablar un momento? En mi oficina, por favor.
Vanessa dudó, mordiéndose el labio. Finalmente, asintió. —Está bien.
Caminaron en silencio hasta la oficina de Dante. Él cerró la puerta detrás de ellos y se apoyó en el borde del escritorio, mientras ella se sentaba en una silla, mirándolo con cautela.
—Vanessa, sé que lo nuestro está roto después de todo lo que pasó —empez