Dos semanas después, las chicas Coldwell se encontraban comprando algunas cosas para decorar las habitaciones de sus pequeños en su nueva casa. Habían elegido una casa hermosa en las afueras de la ciudad, con habitaciones suficientes para los pequeños y todas las chicas, con un enorme jardín al frente.
En la tienda elegían algunos móviles y mantas que les hacían falta, de pronto, Sarah y Katrina se doblaron, llevándose las manos al vientre, mientras una mueca de dolor se reflejaba en sus rostros.
—¡Ay, no! —gimió Sarah, apoyándose en un estante.
Katrina, con los dientes apretados, maldijo debido al gran dolor que sentía.
—Es ahora, maldita sea.
Vanessa y Marianne reaccionaron rápido, dejando caer las cosas que llevaban. Cada una tomó a una de sus primas por el brazo y las guiaron al auto, ante la mirada de clientes sorprendidos. El trayecto al hospital fue un caos: Vanessa conducía a toda velocidad mientras Marianne, en el asiento trasero, intentaba calmar a Sarah y Katrina, que gemí