Egan
Miraba dormir a mi esposa; la reunión se había terminado muy tarde. Llegamos sobre la una de la madrugada a nuestro apartamento, se había dormido en el trascurso, por eso no quise despertarla. La subí en brazos, la acosté. No sé si lo hice bien al quedarme a su lado; desde su salida de la clínica, luego de perder al bebé, no me ha permitido dormir con ella.
En esta ocasión tampoco lo ha hecho, pero… A lo mejor, con la situación vivida con Gabriela y su hermana, la hizo volcarse a ser como antes. Hoy permitió que la abrazara, aceptó un beso en la mejilla, nuestras manos unidas. A pesar del sueño, a las tres de la mañana no dejaba de mirarla.
Ha sido un martirio sentirme rechazado, cuando tenía tanto por entregarle. Por eso, una vez dejé a Ernesto en su apartamento, regresé para constatar su gran adelanto después de estos días de ausencia. Al ver que no me rechazó, me sentí en la gloria.
—Te extraño, Rizos.
Le di un beso en la mejilla, acerqué a su cuerpo al mío; el calor de su pi