Angélica
Estaba con los nervios de punta. No demorará en llegar Ernesto, desde el domingo la seguridad se duplicó y eso era un fastidio, más cuando había tenido que ocultar el avance del embarazo. En dos semanas cumplo tres meses, por eso había decido no tenerlo. No iba a pensar en él, pero como se encontraban las cosas, no podía tenerlo.
Había aguantado hasta el momento de decirle la verdad al padre y, dependiendo de su reacción, podría retractarme. La cita en esa clínica clandestina la tenía para el viernes a las nueve de la mañana. Los malestares habían sido mínimos, era como si el mismo bebé no quisiera hacerse notar.
Volví a llorar, tomé la almohada para cubrir la boca y así evitar los ruidos. No quería llamar la atención de mamá, menos de mi abuela, que parecía analizarme, aunque callaba, pero ella era muy audaz. Nadie podía escucharme llorar. No quería aferrarme al ser creciendo en mi vientre, no tengo nada para ofrecerle.
Era injusto, me estaba dando cuenta de eso. Eugenia pas