Angélica.
El corazón me latía de manera acelerada, tanto que puedo jurar que Ernesto lo podía escuchar. No dijo nada, se dio la vuelta para salir de la habitación. Me cubrí el rostro con las manos. Lo perdí… Un fuerte nudo se apoderó de mi garganta; mis lágrimas salieron. ¿Cómo lo veré de nuevo como un hermano? No podría.
Unas manos apartaron las mías del rostro. Esos preciosos ojos verdes brillaban acompañados con su sonrisa maliciosa.
—Fui a ponerle seguro a la puerta.
—¿Qué?
Pero no respondió con palabras. Su boca se apoderó de la mía, tantos meses sin besarlo, sin tocarnos. La humedad de mis lágrimas se mezclaba con nuestras salivas. Soltó mi cabello, el pulso parecía tenerlo en varios lugares de mi cuerpo. Nos separamos para mirarnos, acarició mi mejilla.
—Construyamos la relación que queremos.
—Lamento haberte hecho daño.
—Yo también te hice daño, Ángel. Y aunque aún estoy molesto, si tengo mis sentimientos muy claros. Te amo. Desde pequeño lo he hecho.
Fui yo quien devoró su bo